Hace unos cuarenta años, una de las organizaciones cívicas (Rotarios, Kiwanis, Leones, Exchange) no le diré cuál porque quizá no quiera se identificada, tuvo su Convención Internacional en Province, Rhode Island. Habían delegados de todas partes de Estados Unidos, Canadá, México y otros lugares. Como club anfitrión estábamos muy ansiosos De recibir a nuestros invitados en forma Regia y hacer su visita agradable. Una de nuestras actividades era un paseo en barco velero por la Bahía de Narragansett, con su escenario hermoso alrededor de Newport, donde toman lugar las carreras de yates American Club, y saliendo a mar abierto donde todos podrían arearse y así tener de qué hablar cuando regresaran a casa. Contratamos tres barcos, ya que había miles de delegados. El encargado de actividades del barco, donde yo estaba asignado, era un socio fundador de nuestro club anfitrión, un político prominente y un anfitrión escandaloso. Decidió que una actividad en nuestro barco debía ser una pelea de gallos, y me empleó para proporcionar a los peleadores. Quiero decirles que mi experiencia indica que el asunto principal en todas las convenciones de este tipo no es proteger a América, la democracia, las madres del mundo y otros asuntos sin importancia, sino determinar el sitio o ubicación de la convención del año siguiente. El lugar que más les gustaría visitar y donde más se divertirían. Así fue el caso aquí. Había dos ciudades que estaban en competencia violenta para el dudoso honor: Tulsa y Chicago. Nuestro delegado prefería Tulsa. Vino a mi y me dijo –“¿Existe alguna forma de que puedas arreglar esta pelea para que gane cierto gallo?” – “Puedo intentar, dije yo, dándole desventaja a uno de ellos, pero no hay garantía. A los gallos no se les puede comprar como a la gente”. Esto le satisfizo. Estaba conforme mientras tuviera una leve ventaja. Damas y caballeros, en quince minutos habrá una pelea de gallos a muerte, en el alcázar de estribor. Qué escena de muchedumbre! Probablemente ninguno de ellos había visto una pelea de gallos, y aquí estaban lejos de casa, donde ninguno de sus decorosos amigos y vecinos se enteraría. Cada hombre y cada mujer que estaban a bordo corrió como loco al área designada para conseguir un buen asiento. Apareció el capitán. – “Coloca esta competencia en el centro del comedor principal” – ordenó, - “han hecho al barco ladear tanto a estribor que está por volcarse”. Yo buscaba a alguien que pudiera sostener los gallos mientras les amarraba las navajas. Por fin me fijé en un dentista bajito de nuestro club local que parecía ser un buen tipo y le pedí que me ayudara. Teníamos a los gallos guardados en uno de los llamados camarotes. No sé si alguna vez usted a estano en uno de ellos o no. Son más grandes que una caseta de teléfonos, pero no mucho. Una media tarima a un lado, un pequeño lavabo con un espejo arriba, al otro lado. Dos personas pueden voltearse allá adentro si mantienen sus brazos apretados al cuerpo, pero eso es todo. De todos modos, llevé el lavabo con agua para lavar las cabezas de las aves, ya que era un día de Julio con un calor infernal; saqué uno de los dos guerreros de su bolsa y lo pasé al doctor mientras yo desempacaba las navajas y demás equipo. El doctor se dio media vuelta para ver lo que yo hacía y el gallo vio su reflejo en el espejo a unos quince centímetros de distancia. ¡Whoosh! Se escapó volando de las manos del doctor y destrozó el espejo. Cayó al agua del lavabo debajo del espejo y ¡Whoosh! ¡Whoosh! Usted nunca ha visto tal cantidad de agua salpicando, gallo, patas, y alas volando, y los brazos del doctor tratando de protegerse mientras se le salían los osjos. Por fin pude regresar todo a la normalidad, pero el doctor temblaba como una hoja al viento. Por fin amarramos las navajas a los gallos y fuimos al comedor principal. Damas y Caballeros, anunció el Maestro de Ceremonias.- “Esta es una pelea a muerte. Su resultado determinará la ubicación de la Convención Internacional del año próximo. El gallo colorado representa la tierra roja de Chicago, Illinois. El gallo prieto representa la tierra negra de Tulsa, Oklahoma.” Yo le había amarrado abiertas las navajas al gallo colorado como una milla para que no pudiera cortar mucho, y además solo tenía un ojo. El prieto era un gallo macho y fresco que yo consideraba seguro para ganar. El público había dejado un círculo de combate un poco más grande que un metro cuadrado. Todos estaban sentados en el piso, y tuve que empujar hacia atrás lo que más pude, antes de que los gallos le cortaran a alguien las orejas. Finalmente los soltamos. El viejo colorado tuerto no sabía que sólo tenía que entrar ahí y tirarse al suelo. En vez de esto saltó un metro y medio en el aire, aterrizó en el lomo del prieto, incrustó hasta la botana las navajas abiertas aplastando al prieto como una tortilla. CHICAGO GANO LA CONVENCION. Los planes mejor pensados y tramados habían fallado. A veces el crimen no vale la pena.
HISTORIA DE LAS PELEAS DE GALLOS EN LA REPUBLICA DOMINICANA
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