HISTORIA DE LAS PELEAS DE GALLOS EN LA REPUBLICA DOMINICANA

domingo, 6 de febrero de 2011

LA LEYENDA DE LOS MENDIETA

Aunque es ingénito en el gallo pelear hasta la muerte, los criadores se dan a la tarea ardua de tratar de conseguir una cría única, superior a las demás, de donde sacar el peleador invencible. Son muchas las cualidades que requiere ese ideal: valentía sin límites, fortaleza, resistencia, tamaño, belleza... Ese arquetipo no ha sido conseguido aún. Lo cierto es que cuando se logra una de esas virtudes, o varias, junto a ellas aparecen los defectos, que de por sí opacan la brillantez de lo alcanzado. Ahí tenemos como ejemplo el caso de los «mendieta», considerados, sin exageración, los gallos más finos del mundo. El coronel del Ejército Libertador y ex presidente de la República Carlos Mendieta y Montefur (también conocido como «El hombre del traje blanco» por su afición a ese color) se propuso lograr el gallo modelo. Su propensión a lo albo lo llevó a concentrar su búsqueda en los animales de esa cualidad. Encontró lo que ansiaba. Cada uno de sus gallos y gallinas tenía esa tonalidad o, cuando más, eran canelos. Consiguió Mendieta el prototipo del valor y de la belleza; pero sus gallos ganaban y perdían como cualquier otro. ¿Por qué, si la fiereza es la gracia más preciada en los gallos y «los mendieta» precisamente rebasaban esa cualidad? La respuesta es bien sencilla: el cruce y recruce entre ejemplares de la misma familia alcanzó —por un lado— la valentía y el color deseados, pero a un costo elevado: degeneraron en tamaño y en resistencia. 
Ellos son, en proporción de su peso, más pequeños que sus adversarios; y si de rebatida se trata (punto en que los dos tiran al mismo tiempo) por regla general caen abajo con todas las de perder. Si la pelea se alarga y las heridas y la pérdida de sangre son muchas, por muy bien cuidado y alimentado que esté el «mendieta», su organismo dará muestras de innegable flaqueza, que lo pondrá en desventaja por mucho esfuerzo que realice y por mucho ardimiento que muestre.A lo anterior, sin embargo, tenemos que oponer las realidades objetivas: la calidad superior de la que son portadores. Puede catalogarse de venturoso el criador que haya conseguido una gallina o pollona de esas; y decimos hembra porque, que sepamos, ningún animal macho salió de la gallería de Mendieta con destino a otra. En eso, el coronel fue verdaderamente estricto. Mantenía los jaulones cerrados con candados y la llave de cada uno la guardaba en lugar seguro.


Recordemos la jornada del 25 de diciembre de 1950. Gran Fiesta del Pollo en la valla Habana, de Vía Blanca y Diez de Octubre. En la jaula No. 1, canelo de Mendieta. En la No. 2, indio de Bringuier. Levantan los huacales. El canelito —sí, en diminutivo, eso es lo que siempre parecen ellos frente a sus rivales— parte veloz en busca de su enemigo. Aquel cierra su pico sobre la blanca pluma y asesta brutal picada que lanza al «mendieta» casi contra la tabla. No ha caído aún en el aserrín y malherido, pero todavía más impetuoso va en busca de su contrario. Vuelve el Goliat a propinarle fantástico golpe al David, que lo arroja, tinto en sangre, a casi dos varas de distancia. Allí se sacude y reemprende su acometida. ¡Nada! El «bringuier», gallo sereno, bueno, especial desde el pico hasta la punta del rabo, no pierde su posición y cada vez que el pequeño rival se le encima lo flagela inclemente con sus patas y sus espuelas.


El canelito es un amasijo de punzantes heridas y plumas ensangrentadas. Sin embargo, todo parece indicar que cada puñalada que recibe le hace acrecentar su coraje. Ahí viene como una exhalación. El indio estira su pico, mas esta vez no acierta. ¡Ha errado el tiro! El canelo se le «abraza» clavando férreamente sus mandíbulas sobre la vestimenta negra y tira y tira y vuelve a tirar sin soltar la odiada pluma. Es algo increíble cómo este pequeño, que casi le cabe entre las patas a su oponente, sangrando por una y mil desgarraduras, no da cuartel... ¡ni lo pide! ¡Nadie juega, nadie apuesta, todos son ojos ante esta magnificencia de valentía inconcebible! ¡Ahí está infligiendo una picada terrible, única, y el indio se retuerce en violentas convulsiones con la nuca destrozada! ¡Está muerto!  Carlos Mendieta y Montefur, coronel del Ejército Libertador, ex presidente de la República, el caballero de voz y ademanes pausados, el pensante médico, perdido todo el recato y moderación que su personalidad e historial exigen, se sube a un taburete, agita los brazos con los puños extendidos y estruja en uno de ellos, como si fuera un trapo, su valioso sombrero jipijapa.

Este articulo es fuente de otra pagina hermana.

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