HISTORIA DE LAS PELEAS DE GALLOS EN LA REPUBLICA DOMINICANA

domingo, 3 de abril de 2011

Topando y Probando

Hace años, un buen amigo, Tom Wood, me dijo: “lo único que le puedes enseñar a un gallo joven, al to-parlo son malos hábitos”.  Tom no fue un gallero muy exitoso, porque tuvo muchos malos hábitos y prejuicios, pero había estado en el ambiente bastante tiempo para aprender algunas cosas. Esta fue una de ellas. Yo siempre le agradeceré por este consejo que después se ha confirmado muchas veces.  Una vez hice un cruce experimental de mi mejor gallina con un gallo Blueface, producto de cruces consanguíneos intensos. Casi no podía esperar hasta enero para “probar” a los gallos jóvenes, productos del cruce, poniéndolos a pelear con botadores. Lo hice. Sus actuaciones fueron tan decepcionantes que rápidamente suspendí el cruce que había planeado repetir. Afortunadamente me quedé con la gallina y el gallo, porque después, cuando peleé a los mismos gallos – una vez que habían madurado y habían sido acondicionados -, resultaron ser los mejores peleadores que yo tenía en mi propiedad. Su sangre es parte de todas mis aves, hoy.  Esto nos demuestra cuanto podemos averiguar peleando a los gallos inmaduros con botadores. Los que se desarrollan a temprana edad parecen ser fabulosos, pero cuando los pelean más tarde, pierden; mientras que los gallos jóvenes torpes y de desarrollo lento no se ven buenos, pero resultan ser “ aplasta dores de rocas” cuando los pelean en mayo.   Hace treinta y cinco años, un buen amigo, de muchos años, me pidió encargarme de una pelea de compromiso por él. Cuando recogí a sus gallos no había ni uno de entre todos, que se acercara a 150 gramos del peso límite. Desesperado, metí un gallo mío, grande y torpe que tenía solo 11 meses de edad. La primera vez que lo probamos con botadores no quiso ni pelear. Solamente bailaba ahí tratando de hacer una amistad con su oponente, como “Fernando del Toro” del cuento de niños. La segunda vez dio un par de saltos de cuervo intentando tirar golpes. La tercera vez, parecía estar agarrando la idea un poco, pero no mucho. Yo entré a la pelea de compromiso con nerviosismo y miedo, decidido a no llamar el peso límite, si lo podía evitar. Al final lo hizo mi oponente. Me sentí mal. Pero el joven “Fernando” ya había agarrado la idea; se metió al anillo como un huracán y se deshizo de su oponente la primera vez que fue soltado. Yo ni siquiera había cortado sus espolones. Dos semanas después, ganó la pelea decisión en el Torneo Nacional de Gallos Jóvenes, en Troy, Nueva York. No me gusta citar estas experiencias personales, pero dan los mejores ejemplos que conozco de la futilidad de juzgar a sus gallos por sus pruebas con botadores, cuando están inmaduros.  Durante muchos años mandé todos mis gallos sobrantes a las Filipinas. Las aves habían ganado mucho ahí, en peleas de “cuchilladas”. Siempre había una muchedumbre en el aeropuerto esperando nuestra llegada; tenían que verlos pelear con botadores ahí mismo después de un vuelo de 48 horas, para escoger a los mejores. Yo esperaba que escogieran mal. Mi amigo, quien los importó, se había enterado desde antes acerca de cuales aves yo consideraba superiores. Luego estaban esos galleros, que siempre quieren probar para ver la disposición para pelear. Cada uno tiene su prueba favorita. Nunca vi que alguno de ellos haya escogido algún gallo con verdadera disposición para pelear. Yo tengo una sola fórmula para esta cualidad: un deseo insaciable de matar. Ustedes pueden seguir la discusión todo el tiempo que quieran pero no me incluyan. Estas discusiones largas y continuadas no me interesan. Yo quiero ver al gallo ahí adentro, dando todo lo que tiene que dar, en la pelea.-



Narragansett Gentileza de la revista Pie de Cria  


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