Si hay algún hecho que distingue a la cría de aves de combate, es su dinámica, su capacidad para generar hechos impensados, su facilidad para vulnerar nuestras certezas. La literatura gallística se ha referido en innumerables oportunidades a los procesos de cambio que vivieron argentinos y brasileños hasta llegar al gallo que se combate por estos días. De lo que no hay demasiadas referencias, es a las razones por las que el Shamo se convirtió en el gran referente de nuestra gallística moderna. Todos tuvimos claro lo que pasó, lo que nunca tuvimos tan claro es “porqué” pasó. En conversaciones mantenidas con algunos compañeros, siempre coincidimos que lo físico y lo técnico jugaron un papel fundamental, decisivo, lo que nunca se terminó de comprender fue, cómo pese a la falta de bríos, a la frialdad de algunos, no todos, de los descendientes de gallos japoneses, éstos de daban maña para despatarrar a nuestros queridos y admirados “Calcutones”. La presunción de que había “algo más”, siempre quedó en eso, simples presunciones. Este tema, como tantos otros, estaban arrumbados en algún lugar de nuestra memoria, pero como habitualmente sucede, en el momento menos esperado, el diablo suele meter la cola, y en este caso puntual, un ensayo escrito por el amigo Juan Pablo Rolón, referido a cómo ciertas especies animales son capaces de controlar sus instintos para desarrollar meticulosas estrategias para dar caza a sus presas, prendió una lucesita de alerta sobre ése tema tan controvertido que se refiere a cuál es la verdadera naturaleza del gladiador japonés. La primera pregunta que se me ocurrió fue: ¿Qué le criticamos al Shamo? Primero: su excesivo amor por la lucha, pero por sobre todo, demasiada frialdad para encarar el combate, a partir de ésta última respuesta comenzaron a surgir otras preguntas, como por ejemplo ¿Es compatible la casta y la frialdad en un gallo de riña? Si esto fuera así ¿Quién dijo que no? ¿Usted?, ¿Yo? O fue el ideario colectivo, a donde todos nos fuimos sumando para convertirnos en “descalificadores oficiales” del temperamento del guerrero japonés. Después de razonarlo una y mil veces, creo que en el corazón de esa supuesta frialdad encontraremos los argumentos que esgrime el Shamo para sentar una evidente supremacía sobre
l resto de su especie. ¿Es posible que un gallo de riña fuera capaz de controlar su ira, de deponer la agresividad que lo impulsa a atacar ciegamente a su adversario? Creo que el Shamo puede, y lo hace. El Shamo es un extraordinario estratega, que al igual que un ajedrecista mueve sus piezas de acuerdo al movimiento del rival, el Shamo va tejiendo una telaraña que termina anulando a sus rivales, el gallo japonés agobia de una manera tal, que sus contrincantes terminan entregando la riña, el Shamo es un frío y quirúrgico depredador de sus oponentes. Suponer que el Shamo es capaz de reprimir sus instintos más corrosivos, pareciera una fantasía de alguien excesivamente imaginativo, sin embargo, si nos adentramos en la idiosincrasia del Japón antiguo, veríamos que hay una estrecha relación entre el espíritu del pueblo japonés y su gallo de combate, el Shamo. El Japón medieval estuvo signado por sus conductas belicosas, invadió y sometió a pueblos vecinos, su pueblo rendía culto al valor y lo manifestaba en su pasión por las artes marciales, sus códigos de honor llegaban al extremo de que un guerrero acababa con su propia vida, si su dignidad lo requería. Un pueblo con estos valores, dueños de una paciencia infinita, con un profundo conocimiento de la naturaleza, es muy capaz de imbuir a sus guerreros emplumados de su propio espíritu, Si analizamos la forma en que reñían sus gallos, veríamos que las normas a respetar estaban destinadas a premiar al mejor, intentando que el azar tuviera la menor incidencia posible. Dentro del sistema que enfrentaban a sus gallos, me parece por demás interesante citar a tres tipos de combate. En primer término, al “Shobu”, en esta modalidad los gallos reñían hasta que uno derrotaba al otro, sin límites de tiempo. Los otros dos, son toda una rareza, uno; el ”Jikan-Uchi” donde se declaraba ganador al que mostraba una mejor técnica de ataque. El otro; el “Jikan-Uke” ungía vencedor al que acreditaba una mejor defensa. Como vemos, casta, resistencia y técnica eran imprescindibles para la valoración de un cambatiente japonés. El espíritu y las diferentes razas con que fue formado el Shamo, siempre serán materia de discusión. Lo que no admite controversia alguna, es un hecho muy concreto, cuando un Shamo pone un pie fuera de Japón, genera un cambio más que evidente en los hábitos de combate de gallos que por su historia, uno imaginaba que eran inamovibles. Cuando comenzamos a transitar la historia del Japón gallero, se tiene la sensación, o mejor dicho, la clara percepción, de que estamos recorriendo un mundo desconocido, un mundo donde el honor y la ética están presentes en cada acto de vida. El gallero japonés, como no podía ser de otra forma, le brinda a sus gallos la posibilidad de reñir bajo condiciones de absoluta naturalidad, no hay acero, no hay filos, no hay intervención del hombre. Sólo arte para luchar, corazón para aguantar y casta para triunfar. El orgullo guerrero del pueblo japonés fue duramente castigado durante la segunda guerra mundial. Haber logrado convertir a Japón en una potencia económica a nivel mundial, no alcanza para restañar las heridas que deja una guerra perdida. En este momento, Japón está viviendo una dolorosa tragedia, el mundo observa cómo este pueblo que sufrió los horrores de Hiroshima y Nagasaki (250.000 muertos) es capaz de comportarse con tanta serenidad, con tanta dignidad. Atributos propios de los pueblos capaces de afrontar situaciones inimaginables sin caer en la histeria ni la desesperación. Situaciones como ésta, son las que ponen al desnudo, la verdadera condición humana de una sociedad. ¿Se puede pensar que el Shamo, gallo forjado en las entrañas de este pueblo, pueda andar falto de agallas? Yo no lo creo y ¿Ustedes qué opinan? La búsqueda de elementos para desentrañar la verdadera naturaleza del Shamo, terminó por reafirmar una sospecha que me viene rondando desde hace tiempo; un gallo de riña es, sin importar la raza, el resultado de una especie de alquimia generada por el ida y vuelta entre lo que el criador quiere y lo que el gallo puede. Haciendo la salvedad que, gracias a todos los dioses, el gallo es el que tiene la última palabra. Perdón Shamo por las ofensas recibidas. ¡Salud hermanos japoneses! Hasta la
No hay comentarios:
Publicar un comentario