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stábamos a la mitad de la concentración, en El Coliseo Nicolás Dueñas, las peleas estaban parejas.
El juez toca la campana para que piquen los gallos, esta vez se enfrentarán el conocido Ajiseco contra un gallino Tabaco.
El Ajiseco inquieto, se quería soltar de la mano de su dueño, mientras el gallino (se le conoce así porque tiene todo el plumaje igual que la gallina, llamado también gallo-gallina), se le notaba tranquilo como concentrado para lo que le esperaba.
Segunda llamada de campana, pican los gallos, están sueltos frente a frente en la húmeda arena, se miraban tiesos como petrificados.
El gallino esperaba, estaba listo para cuando el Ajiseco quiera atacarlo, él le clavará las armas entrando por debajo, dándole al pecho o los pulmones.
El Ajiseco aguardaba cauto, bien puesto, bien tusado, de figura proporcionada, resaltando su trabajada musculatura, porque a estos animalitos se les prepara como si fueran boxeadores, solo que ellos pelean por naturaleza, pelean por la gallina, por su territorio, por su vida.
La gallera, hervía, estaba reventando, se pactaban una a una las apuestas…
Se fue tranquilizando la multitud, las miradas dirigidas al centro de la arena, hasta quedar en un silencio sepulcral, llegaba el momento, frente a frente dos paladines, con las plumas del cuello erizadas, señal de bravura, sus semblante rojo fuego reflejaban la sangre de la ira contenida.
Todos en la gallera, ansiosos, poseídos de feroz adrenalina, esperaban, cuál de ellos empezaría dando el primer salto, el primer golpe.
El ajiseco mantenía la mirada fija en su contrincante, como si estuviera hechizado, hipnotizado, de pronto deja de erizar el cuello, mira de arriba hacia abajo, aletea, canta, rasca la arena.
La gallera se extraña, que pasa, que esta sucediendo, que pasa, que pasa…
Su dueño se agarra el cabeza, preocupado, presintiendo el final…
El Ajiseco dudoso, baja un ala hasta tocar la arena.
La gallera se extraña, murmura, que pasa, que pasa…El gallino espera…
Entonces sucede, cual si escuchara un tondero, el Ajiseco se pone a enamorar al gallino, baila, cual ritual de amor, rasca la arena, gira por un lado y se monta sobre el lomo del gallino.
La gallera estalla, rompe desatada en risas por el inusual espectáculo.
Y como dice la canción:
“Quién tuviera la dicha que tiene el gallo,
Racatapúm, chinchín, el gallo sube,
Y echa su polvorete y,
Racatapúm, chinchín, el se sacude…”
La gallera enloquecía, el zambo se persignaba diciendo: “familia…”, el cholo decía: “achachaooo…”, el chino: “acalaco…”, el criollo:”ta’ que maleao…, el pituco: “que palta flaco…”.
Y mi amigo el Chancho Blanco, ese del valle del Tambo, se orinó en el pantalón porque no aguantó la risa.
El pendenciero Ajiseco se levantó al gallino, pensando que era una gallina.
Aletea airoso el Ajiseco, en medio de la incertidumbre de la gallera, sacando pecho de su virilidad se sacude y canta.
Cuando de pronto, siente un pequeño golpe en la cabeza, se derrumba sin siquiera parpadear y sin saber porque, cae fulminado besando la arena.
Era el gallino, que recuperando su hombría, de un solo golpe lo mató…
OMAR E. TREVEJO ARANDA
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